La suerte de escapar del reclutamiento delictivo

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Juan logró escaparse, vive escondido. Habla de manera esporádica con su madre. Sabe que no puede visitarla. La vida de toda la familia estará en riesgo para siempre. Por teléfono le ha pedido: “Quiero que tú hables, que tú digas algo, y que le digas a las madres que no dejen a sus hijos, porque por eso lo hacen, de eso se aprovechan”.

En un artículo publicado en la gaceta de la UNAM se refiere que María (nombre ficticio para proteger su identidad) sabe que no es la única madre que vive con esta zozobra, “somos varios padres y madres que nos quedamos llorando porque se tuvieron que ir nuestros hijos por culpa de estas personas que se dedican al narcotráfico”, dijo en entrevista.

En mi pueblo siempre hay hambre

Al hijo de María lo reclutaron a base de engaños. “En mi pueblo siempre hay hambre y lo que hacen es que se van primero sobre los más vulnerables, y con mentiras se llevan a algunos; y a otros porque ya están bien viciados”.

A Juan le dijeron “vente a trabajar, yo tengo mi empresa y nada más vas a ser chofer; vamos y venimos, tú no te preocupes de nada”.

María trabaja lejos del lugar donde residía su hijo y un día le avisaron que tenía dos meses que no lo veían. “Entonces fue cuando yo me puse mal, y dije: ¿cómo que no está?”

Quería pedir ayuda en la presidencia municipal “y lo primero que me dijeron todos es que no lo hiciera, porque entonces en lugar de salvarlo lo iba a entregar, porque a las autoridades las tienen amenazadas”.

Hasta hace unos años el lugar donde vivía Juan era un pueblo polvoriento de México, sin atractivos turísticos, con carencias de servicios públicos y donde “siempre había hambre”. Pero esto cambió con la llegada del crimen organizado. Juan contó a su madre lo que vivió: “Los entrenan para no sentir dolor. Los llevan al campo, les quitan la ropa, y los ponen en hormigueros y tienen que estar ahí. Aunque los piquen miles de hormigas deben aguantar el dolor”.

Entre sollozos, María detalla lo que su hijo le contó sobre las primeras misiones de estos adolescentes secuestrados por el crimen organizado: “Cuando alguien debe y no quiere pagar tienen que ir a botarlo, descuartizarlo, les arrancan un brazo y les dan un pedazo y les dicen: cómetelo, porque si no te lo comes te mueres, y les están apuntando con pistolas. Tienen que comerse un pedazo de carne para pasar la prueba. Aguantar el dolor, el frío. Los dejan abandonados en lugares donde no hay casas y no hay nadie, y ahí se quedan una semana o dos. Y el que aguantó, aguantó, y el que no, ahí se quedó muerto”.

Para que no encuentren a sus víctimas “los descuartizan y los avientan a los perros y éstos se los comen. Lo único que la gente encuentra son los cráneos”.

A Juan lo mandaban a cobrar “y siempre iba adelante, dos o tres adolescentes lo escoltaban”. En una cobranza rutinaria les dijo: ‘Tengan el dinero, yo voy al baño, adelántense’. Se escapó al monte, se quedó ahí dormido en la noche. Y al otro día cuando amaneció me habló y me dijo: ‘Estoy en tal lado, quiero que me ayuden’. Lo rescatamos, y nos lo llevamos luego, porque ya lo andaban buscando al otro día

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