“Un taquito de suadero”, cuando el hambre escapa a nuestro control

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El enojo es una emoción común, vinculada a la frustración, como cuando las cosas no salen según lo planeado. Además, es impulsado por estados como el estrés, la ansiedad, la sed, el sueño y el hambre, explica Hugo Sánchez Castillo, académico de la Facultad de Psicología de la UNAM.

Cuando nos falta alimento y sentimos hambre, buscamos comida. Si no la hallamos y persiste el apetito, puede surgir una sensación ligada al estrés fisiológico por la falta de energía, que escapa a nuestro control.

Si a esto se añaden circunstancias como la falta de dinero, podría desencadenarse una reacción de ira. Las respuestas varían: algunos pierden energía y se desmayan por hipoglucemia, otros entran en pánico, dependiendo del entorno.

El apetito, aunque parezca menor, puede desatar irascibilidad, obstruyendo nuestro pensamiento. “Literalmente, el hambre ocupa gran parte de nuestra capacidad cognitiva”.

Al comer, activamos el “circuito de recompensa”, lo que intensifica el sabor de los alimentos. Ante comidas favoritas, generamos más dopamina.

El hambre también se relaciona con deficiencias nutricionales. Por ejemplo, una carencia de hierro nos impulsa a buscar alimentos ricos en este mineral.

Los antojos, especialmente en embarazadas, son un ejemplo de hambre sensorial específica, buscando nutrientes faltantes.

Nuestras preferencias alimenticias evolucionan con las necesidades nutricionales a lo largo de la vida. Los niños prefieren el azúcar, pero esto cambia con la edad.

La aversión a ciertos sabores se debe a un mecanismo de protección contra intoxicaciones. Los sabores amargos suelen asociarse con veneno o alimentos en mal estado.

La digestión humana tarda entre 20 y 30 minutos, por lo que el cerebro anticipa y regula la ingesta antes de la sobrealimentación.

En situaciones de depresión, ansiedad o estrés, como tras una discusión, algunos buscan consuelo en la comida, lo que puede derivar en adicción alimentaria. La comida genera una sensación de bienestar por la dopamina, pero puede llevar a la sobrealimentación y, eventualmente, a la obesidad mórbida.

Nuestro cuerpo utiliza ATP (Adenosín Trifosfato) y glucosa como energía. Además, necesita otros nutrientes como minerales, sales y proteínas.

Cuando hay un desequilibrio nutricional, diferentes receptores detectan los cambios y envían señales de apetito o saciedad, también influenciadas por la visión. Estas señales convergen en el hipotálamo, generando una respuesta motivada hacia la búsqueda de alimento.

En investigaciones, se utiliza el hambre para motivar a las ratas en laberintos, demostrando cómo este factor incita a la búsqueda de alimentos, concluye el investigador.

El “circuito de recompensa” se activa al comer, especialmente con alimentos favoritos.

Los antojos y preferencias alimenticias cambian según las necesidades nutricionales.

La aversión a ciertos sabores es un mecanismo de protección contra intoxicaciones.

Situaciones de estrés pueden llevar a una adicción alimentaria.

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