Flores, símbolos y fechas; nombres, mascotas y dragones… los tatuajes son extremadamente populares. Desde sensaciones hasta significados, la experiencia de tatuarse algo en la piel implica prestar el cuerpo como lienzo. Pero ¿te has preguntado alguna vez de qué están hechas las tintas y qué significa introducirlas en el cuerpo?
La doctora Ana Elizabeth Torres Hernández, del Instituto de Ciencias Aplicadas y Tecnología de la UNAM, describió durante una charla del ciclo Ciencia a Distancia, los aspectos químicos detrás de una de las expresiones artísticas y estilísticas más populares y en ocasiones cuestionada.
Para entender los tatuajes nos remontamos primero a lo visible, a la piel. La capa externa es conocida como epidermis. Formada principalmente de colágeno, nos protege del exterior. La capa más interna es la hipodermis, donde hay mayoritariamente células grasas.
En medio de las dos está la dermis que es donde se inyecta la tinta del tatuaje. Ahí se encuentran las glándulas sudoríparas, las fibras nerviosas, los vasos sanguíneos y los vasos linfáticos. Por medio de los vasos se transportan nutrientes y sustancias ajenas a nuestro organismo con el fin de eliminarlas.
Las partículas más pequeñas de la tinta del tatuaje se eliminan a través del torrente sanguíneo y los vasos linfáticos, otros componentes se pueden degradar por el metabolismo celular. Sin embargo, las partículas más grandes son atrapadas y almacenadas por los macrófagos, un tipo de glóbulo blanco, lo que explica por qué los tatuajes no se borran.
Recientemente científicos descubrieron que cuando los macrófagos se mueren, las nuevas generaciones son capaces de reproducir el mismo proceso para fijar las partículas de los pigmentos. En el proceso de recambio, hay partículas de la tinta que eventualmente se perderán. Se trata de un mecanismo complejo relacionado con la respuesta de nuestro sistema inmune y con las propiedades de las tintas.
Ana Torres, doctora en Ciencias Químicas, enumera los componentes de la tinta que identificó al analizarla en su laboratorio.
El más importante es el pigmento. Al ser un polvo, requiere de un disolvente donde dispersarse. El agua es el disolvente más común, aunque también se usan alcoholes o glicerina. Esta última se origina a partir de una grasa, vegana o no vegana.
La tinta, una vez seca, requiere que las partículas de pigmento queden adheridas unas a otras. Se usan sustancias adhesivas y surfactantes que disminuyen las fuerzas que hay entre el disolvente y el pigmento. Adhesivos, como la polivinilpirrolidona o el shellac (una resina), también ayudan a que la tinta se inyecte más fácilmente en la piel.
La tinta necesita conservadores que ayuden a disminuir el riesgo de una contaminación bacteriana o de hongos. Por ejemplo, se usa ácido benzoico que también está presente en alimentos. Asimismo, hay materiales de relleno que dan volumen al tatuaje y algunos otros aditivos que agregan viscosidad a la tinta.
Sin embargo, la académica manifiesta que frecuentemente las tintas no cumplen con las condiciones ni los procesos que garanticen que son seguras para la piel. En primer lugar, muchos de los componentes solo están aprobados para uso cutáneo, no subcutáneo.
Aunque se cree que el problema está en los colores, en varios análisis a la tinta negra, encontraron hidrocarburos policíclicos aromáticos, con altas clasificaciones de potencial riesgo cancerígeno, como el naftaleno. “En un tatuaje de veinte por veinte centímetros; se inyectan aproximadamente dos gramos de tinta negra y habrá una cantidad aproximada de 402 microgramos de compuestos policíclicos aromáticos que son potencialmente cancerígenos”.