Fernando Delgado Sanz, más conocido como El Tuerto de Pirón o Tuerto Pirón, nació en Santo Domingo de Pirón, Segovia, el 30 de mayo de 1846 y murió en Valencia el 5 de julio de 1914, fue un bandolero español muy temido en su época que con el tiempo ganó fama de bondadoso, llamado así por tener desde niño una nube en el ojo que cubría con un parche.
Su vida después de muerto fue fantaseada y en un breve período ya formó parte de los mitos populares y sus aventuras son cantadas de pueblo en pueblo. Se le considera desde su muerte el último bandolero de la Sierra de Guadarrama.
Tuvo al menos una hermana y vivió una infancia despreocupada en la que destacó por su picaresca, aburrirle el pastoreo y su capacidad para llevarse bien con los animales, además aprendió a leer, escribir y cálculo, cosa que era muy rara y excepcional para el lugar en la época. En venganza por que lo alejaron de su novia, robo el mejor cordero del padre de la que fue su novia y se lo comió con ayuda de sus amigos en una cueva de la zona de Losana de Pirón celebrando la fiesta de Santiaguito en sustitución a la fiesta de la boda.
Todo con el objetivo de mofarse y ridiculizarlo ante la población de la zona, cosa que sí logró, dejando los restos y piel del animal en su puerta junto con el texto «para el padrino». La noticia corrió como la pólvora y rápidamente se volvió famoso en toda la zona.
Sus fechorías se basaron principalmente en robos de ganado, a casas ricas e iglesias, asaltos a caminantes y viajeros, además de pedir rescates tras el secuestrado de miembros de la burguesía, nobleza y clero.
Formó una banda con cuatreros de la zona, siendo algunos amigos de su infancia que le apoyaron a su interés durante toda su vida. Los delitos fueron haciéndose cada vez más graves y en una zona cada vez más amplia
Murió muy arrepentido de su pasado con 68 años, prisionero el 5 de julio de 1914 tras estar encarcelado durante 26 años en el Penal de San Miguel de los Reyes, provincia de Valencia, donde pasó sus últimos días sumido en la decadencia, soledad, la amargura y enfermo de claustrofobia.
Joaquín Murrieta Orozco, nació en 1829 en Sonora, México y falleció en 1853 en Mariposa County, California, también llamado el Robin Hood de El Dorado.
Su historia se sitúa en California durante la Fiebre del oro de la década de los años 1850. De uno u otro modo, para algunos activistas políticos su nombre ha simbolizado la resistencia latinoamericana ante la dominación económica y cultural de los angloparlantes en las tierras de California.
Murrieta nació en el poblado de Álamos en el estado de Sonora, México, la familia Murrieta habría vivido en la hacienda El Alamito, Sonora, a 22 km de Hermosillo, y él estaba dedicado a la venta de caballos robados en California. En el cementerio de la hacienda están supuestamente enterrados dos de sus hermanos.
Murieta llegó a California en 1850 para buscar fortuna durante la fiebre del oro. En vez de oportunidades, encontró racismo y discriminación; primero por la aprobación de la ley que obligaba a pagar un alto impuesto a los mineros de origen latinoamericano que laboraban en las minas californianas y, después, por la violación y asesinato de su esposa.
Los delitos y crímenes cometidos por no-latinos quedaban impunes: un chileno fue muerto de un tiro mientras bailaba cueca en una taberna y un mexicano fue linchado después de ser sacado de la cárcel del sheriff. El poblado de Dry Diggins cambió su nombre por Hang-Town (‘Ciudad de los ahorcados’). Murrieta se convirtió en el líder de una banda llamada «Los cinco Joaquines», formada por Murrieta, Joaquín Botellier, Joaquín Carrillo, Joaquín Ocomoreña y Joaquín Valenzuela. En esa época se habían formado otras bandas, como la famosa Guadalajara o la de Mariposa, la de Narrato Ponce, la del bandido Leiva o la de Tiburcio Vásquez, y la de Murrieta junto a «Juan Tresdedos».
Durante su detención los rangers le arrancaron una mano a García y la cabeza a Murrieta como evidencia de sus muertes y las colocaron en un jarrón, conservándolo en brandy, para luego llevarlo a Stockton, San Francisco y, finalmente, por toda California, donde los espectadores podían observar los restos, a cambio de un dólar.