No es que hayamos dejado de pensar en ellos. Claramente tienen un lugar muy especial dentro de nuestra cabeza, nuestro imaginario, nuestras películas y libros. Es solamente que dentro de tantos reportes, alarmas, estudios, predicciones y recomendaciones sobre el cambio climático y demás problemas ambientales los monstruos han estado ausentes. Los vampiros, hombres lobo, sirenas y demás criaturas que gustan de acecharnos no sólo son una creación nuestra —y por lo tanto debemos hacernos cargo de su existencia— sino que también forman parte de la biodiversidad de este planeta que debemos salvaguardar.
El Primer Reporte de Riesgo Ambiental de las Criaturas Fantásticas, publicado en la revista ¿Como ves? divulgación de la Ciencia UNAM, señala que a los Vampiros, señores de las tinieblas les está lloviendo duro, son capaces de mantenerse no vivas durante cientos de años, pero no por eso están exentas de sufrir los embates de la modernidad y de la contaminación ambiental.
Sin embargo, aún dentro de sus tenebrosos castillos en los Cárpatos y demás ubicaciones con acantilados, no se encuentran a salvo de la gentrificación y los cárteles inmobiliarios. Uno a uno se han visto forzados a salir de sus hogares para que puedan ofrecerse a los nómadas digitales en Airbnb. Esto presenta varios problemas, empezando por un aumento astronómico en la renta en cuanto ven descargar los ataúdes.
Si bien ser un depredador tope tiene varias ventajas —y ser vampiro unas cuantas más—, una de las desventajas es la biomagnificación. Esto se refiere a que, conforme los organismos suben en la cadena trófica, van acumulando diversas sustancias, sobre todo toxinas, en sus tejidos celulares. La lógica es simple: si eres un pasto que crece en un suelo con metales pesados incorporarás parte de estos metales en tu organismo, y aunque se quedarán ahí para siempre no te representará problemas. Si una oveja come muchos pastos acumulará aún más de estos metales. Si nosotros vamos a la barbacoa cada tres días y consumimos varias ovejas la cosa empieza a convertirse en un problema, y para cuando llegan los vampiros nuestra situación celular es altamente tóxica.
¿Quiere alguien pensar en los monstruos?
Así que si una de estas noches usted ve a un vampiro flaco y ojeroso afuera de su casa invítelo a pasar a su hogar —recuerde que la invitación es esencial— y prepárele un juguito de carne orgánico, filtrado, libre de pesticidas y microplásticos para que se reponga. Eso sí, asegúrese de que el miembro de la nobleza que se encuentra en su comedor lo vea ingerir alguna bebida o alimento de un vaso de unicel o un recipiente plástico, cualquier cosa que le haga intuir a su posible depredador la pésima condición de la sangre de su anfitrión. No vaya a ser que le entre algún antojo antropófago por la noche.
Bakus en estrés extremo y sin poder dormir
Los baku son seres que, según la leyenda, fueron armados con las piezas sobrantes de los animales que se habían creado antes. Así que poseen el cuerpo de un panda, las garras de un tigre y la trompa de un elefante. Son criaturas verdaderamente extraordinarias. Entonces, ¿por qué estarían en peligro ante la crisis ambiental?
El calentamiento del planeta nos está estresando el cerebro. No es sólo que el calor nos ponga de malas, sino que un cerebro acalorado es lento y menos capaz de concentrarse. Con las olas de calor, además, solemos deshidratarnos —el riesgo es aún mayor para niñas y niños—, y nuestro cerebro se deshidrata junto con nosotros. Esto genera una sobreestimulación y nos hace más sensibles a nuestro entorno; es decir, entre más deshidratados estamos, más calor sentimos. Para cuando llega la hora de dormir tenemos un cerebro torpe y sobreestimulado al que le costará trabajo conciliar el sueño. Y aun cuando logremos dormir, el sueño rem —de movimientos oculares rápidos, por sus siglas en inglés— es más difícil de conseguir.
La sirena de un Amazonas agónico
Iara era una guerrera. Y no cualquier guerrera: la mejor de su tribu. Sus habilidades le valieron tanto los elogios de su padre como los celos de sus hermanos. Hartos de no poder superar a Iara, éstos planearon asesinarla mientras dormía. En la noche fatídica Iara alcanzó a escucharlos entrar a su hogar y, en defensa propia, terminó matando a sus atacantes consanguíneos. Temiendo la represalia de su padre y de su comunidad la guerrera desapareció en la selva, pero su padre, al descubrir a sus hijos muertos, pidió que buscaran a Iara y la trajeran de vuelta. Al poco fue capturada y sentenciada a morir en el agua. Fue arrojada al “encuentro de las aguas”, un lugar donde chocan los ríos Negro y Solimões, en Brasil. Pero esa noche había Luna llena, y se dice que los peces la rescataron. Con la luz de la Luna, en ese espacio liminal, transformaron a Iara en una hermosa sirena de cabellos negros y ojos oscuros.
Iara ahora es conocida como la madre de las aguas, y al igual que las sirenas oceánicas atrae a los hombres a su muerte con un canto sublime. Quienes logran sobrevivir dicen quedar enamorados de por vida de esta hermosa mujer, cosa que a más de uno le ocasionará algún problema (¿estar enamorado toda la vida? Uf). Pero ahora la mismísima Iara se encuentra en problemas, pues el año pasado se registró una de las peores sequías de la zona, que afectó todo el Amazonas e hizo que llegara a sus niveles más bajos de los últimos 120 años.
Los ríos —como las sirenas— tienen sus ciclos, y si bien el río Negro junto con el río al que termina uniéndose, el Amazonas, estaban agendados para una temporada de secas debido al fenómeno de El Niño, un estudio realizado por la asociación World Weather Attribution declara que la severidad de la sequía fue alcanzada gracias al calentamiento global, que además hizo que esta catástrofe fuera diez veces más probable. La del año pasado fue catalogada como “excepcional”, que es el nivel más alto, según el Servicio Climático Estadounidense. Ya no tenemos más escala hacia dónde ir.
La deforestación de la selva amazónica tampoco ha ayudado. El área total del ecosistema más diverso del mundo se ha reducido a una quinta parte de su nivel previo, atrayendo cada vez menos lluvia y contendiendo de peor manera con la que llega, ya que la escasez de árboles le impide al suelo recuperar toda el agua que cae, y éste termina deslavándose y erosionándose.
Parece que ya nos estamos saliendo del tema, pero es que si Iara es la madre de las aguas entonces está conectada con todo el río y la selva del Amazonas, con su suelo y con sus habitantes, humanos o no. El agua le da vida y sustento a todo el ecosistema, y si continúa faltando tal vez empecemos a ver otro tipo de vegetación y animales tomar el lugar de la selva. Si perdemos a Iara, perdemos todo el ecosistema. Sería una tragedia, una enorme, pero recordemos que la mayor selva del mundo se formó justamente con una catástrofe global: el meteorito que cayó en Chicxulub y arrasó con la mayoría de los dinosaurios. Antes de la colisión, el espacio que ocupa ahora la selva amazónica estaba cubierto por coníferas y helechos, pero el choque climático que generó el impacto, junto con varios fuegos intensos, acabaron con 45 % de las especies de plantas. Ante un lecho devastado, las leguminosas —capaces de fijar el nitrógeno del ambiente y proveerse de nutrientes a sí mismas y al suelo— fueron las primeras en reconquistar el territorio. Ya con un suelo rico en nitrógeno y junto con el fósforo liberado por los incendios llegaron otras plantas con flor, para conformar, a lo largo de seis millones de años, la selva amazónica.
Tanto el gobierno de Brasil como el de Colombia se han comprometido a reducir sus tasas de deforestación, y han cumplido. Al comparar estas tasas en 2022 con las de 2023 puede verse que la deforestación en Brasil se ha reducido 22 % —el punto más bajo en los últimos cinco años—, mientras que en Colombia la reducción alcanza un impresionante 70 %. Parece que los lamentos de Iara han llegado hasta las oficinas de gobierno en estos países, y el compromiso no se detiene ahí: el gobierno de Lula da Silva prometió detener la deforestación por completo para finales de la década. Si se mantienen estas políticas el agua podrá regresar a la selva, y los ríos volverán a ser caudalosos, con delfines frescos y con botes que puedan navegar para que algunos campesinos vuelvan a caer presas del canto de la sirena del Amazonas. Porque la verdad, si me dan a elegir, prefiero que mi cita con la huesuda sea en los brazos de una sirena que en medio de una sequía extraordinaria.