“No quiero dejar a mi marido, lo amo. Mejor quiero cambiar su carácter. Él me dijo que no lo hará de nuevo y me pidió que lo acompañe a jurar que ya no tomará”, explicó Mónica, después de sufrir una infidelidad por parte de su cónyuge. Ella tiene la ilusión de que él deje el alcohol, no vuelva a engañarla con otra mujer y cambie por ella y sus hijos.
La esperanza de una mujer para que su pareja cambie la afecta en su proyecto de vida, porque se mantiene en una relación que la perjudica emocional, física y económicamente, explicó Aidee Elena Rodríguez Serrano, académica de la Facultad de Psicología de la UNAM.
Mantener esa expectativa desgasta a las mujeres poco a poco y las mantiene en una relación de desigualdad y sometimiento, disfrazada muchas veces bajo el manto del amor romántico, con la creencia de que “el amor todo lo puede”, añadió.
Que un hombre cambie no depende de la mujer, sino de él mismo. Sin embargo, la sociedad ha hecho creer a las mujeres que son responsables de esa transformación, atribuyéndoles un supuesto poder sobre su pareja.
Esta creencia es errónea. De hecho, las mujeres sufren por el mito del “sacrificio de amor” que sugiere que con paciencia y amor todo se solucionará.
A menudo se les dice “aguántate y calla”. Son vistas como las responsables de mantener las relaciones afectivas y cuidados. Si él no cambia, la culpa recae en ellas. Si deciden dejarlos, también se las culpa por no haber hecho suficiente.
Así, muchas quedan atrapadas en la dinámica de que “la mujer vale a partir de la mirada del otro, y tiene que ser un hombre el que ocupa un lugar dentro de la sociedad”.
¿Qué fomenta que los hombres sean violentos?
Desde niños, la sociedad enseña a los hombres a ser violentos a través de juguetes, vínculos afectivos restringidos y limitaciones en la expresión emocional (sólo pueden mostrar enojo o felicidad), todo esto en un contexto que refuerza estas conductas.
“En esta sociedad nos enseñan que en la masculinidad tradicional, la violencia es sinónimo de ser hombre”, enfatizó Claudio Tzompantzi Miguel, académico de la Facultad de Psicología de la UNAM.
Al crecer, algunos hombres expresan esa violencia en distintos escenarios: en el trabajo, con amigos o con su pareja. Es una conducta aprendida. De hecho, la mayoría de los actos violentos son cometidos por hombres, no tiene que ver con una naturaleza innata, sino con patrones sociales y culturales. Prueba de ello es que hay muchas más cárceles masculinas que femeninas, señaló el académico.
Además, los hombres son educados para rechazar todo lo que represente feminidad: afecto, sentimientos, vulnerabilidad. Esto convierte la masculinidad en un proceso deshumanizante, uno de los principales factores para ejercer violencia.
La violencia no es un impulso, una naturaleza o un trastorno psíquico; quien la ejerce lo hace por decisión personal o para mantener un estatus, explicó Tzompantzi Miguel. “No todos los hombres son violentos, pero todos somos educados para poder serlo”.