Un joven en situación de calle tiene una edad biológica mayor a la de una persona de su edad que no vive en la calle. Es la conclusión a la que ha llegado Alí Ruíz Coronel, del Instituto de Investigaciones Sociales (IIS) y del Centro de Ciencias de la Complejidad (C3), ambos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), tras varios años de estudiar la salud de la población en situación de calle que vive en la Ciudad de México.
Aunque no existen cifras oficiales, se estima que hay más de 900 personas en situación de calle en la Ciudad de México. Sin embargo, hay muy pocos estudios que evalúan su salud, un aspecto del que se ha ocupado Ruiz Coronel en conjunto con otros especialistas, con el objetivo de desarrollar intervenciones que sean más eficaces y de acuerdo a las necesidades de la población objetivo.
Así que la investigadora ha dedicado varios años de su carrera a probar que vivir en la calle vulnera la salud de quienes la habitan. “Las personas en situación de calle no están enfermas de algo, sino que viven en una situación que los enferma”, explicó. Esto significa que esta población reúne alteraciones físicas y fisiológicas que podrían revelar un envejecimiento prematuro, sin embargo, son necesarios más estudios para confirmar si se trata de un envejecimiento o si enferman de manera acelerada.
Si vivir en la calle enferma, ¿cómo sucede exactamente? Para responderlo, Ruiz Coronel diseñó un protocolo para evaluar el estado de salud de jóvenes en situación de calle con base en tres variables principales: fuerza de prensión (cuánta fuerza tienen para prensar un objeto), variabilidad del ritmo cardíaco (cuántas fluctuaciones hay en su ritmo cardíaco) y marcha (con cuánto ritmo y estabilidad caminan de un punto a otro).
Para medir la primera variable, la investigadora trabajó junto con Rubén Fossion, del Instituto de Ciencias Nucleares, de la UNAM, y Josué Sauri García, del Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia, de la Secretaría de Salud, para evaluar si su fuerza de prensión estaba dentro de los parámetros obtenidos comúnmente para su edad, sexo e índice de masa corporal. El estudio se hizo con 50 adultos jóvenes de entre 18 y 32 años en situación de calle y a otro grupo control en 50 adultos jóvenes en el mismo rango de edad que no estaban en situación de calle.
Y encontraron que mientras que en el grupo control la fuerza media máxima estuvo entre 41.8 kg y 48.5 kg, con una máxima de 50 kg, en los adultos jóvenes con vida en calle fue de 34.8 kg, es decir, muy por debajo de la medida normal entre personas de su edad.
Para medir la variabilidad del ritmo cardiaco y la marcha, Ruíz Coronel colaboró de nuevo con Fossion y con Leslí Álvarez Millán, física de la Facultad de Ciencias de la UNAM y actualmente investigadora por México en CONAHCYT, así como con parte del personal de una organización civil llamada Ednica, dedicada a la atención de personas en situación de calle. En este nuevo experimento, hubo dos grupos de control: uno con 32 jóvenes universitarios en condiciones plenas y otro de adultos mayores con condiciones de envejecimiento normales, contrastados con un grupo de diez jóvenes en situación de calle de entre 18 y 23 años.
“Usamos un monitor Zephyr bioharness, que es un aparato que se coloca a la altura del pecho y mide distintas variables fisiológicas, de las que nosotros analizamos la frecuencia cardiaca y la aceleración en la marcha”, explica Álvarez Millán. Las pruebas iniciaron con un periodo de cinco minutos para que la frecuencia cardíaca se adaptara a esta posición; en los siguientes minutos se les pidió que respiraran al compás de un aparato que marca el tiempo (metrónomo), y en los últimos cinco minutos, se les dijo que respiraran con normalidad. Posteriormente se estudió estadísticamente las fluctuaciones que tuvo cada grupo en su ritmo cardiaco.
Como parte de sus resultados, encontraron que, mientras que los jóvenes universitarios tuvieron una frecuencia cardiaca normal (entre los 60 y 100 latidos por minuto), en las diez personas en situación de calle se encontraron irregularidades en las frecuencias. “Entre los jóvenes sanos, encontramos que tres tenían bradicardia, una frecuencia cardiaca inferior a la normal. Esto no es un problema si se trata de personas que hacen mucha actividad física, y eso encontramos: que esas tres personas hacían mucho ejercicio. Pero en las personas de situación de calle, vimos que la mitad (5 de 10) tenían bradicardia sin tener una frecuente actividad física. Esto indica un mal estado de salud y también se relaciona con la presencia de arritmias”, dice Álvarez Millán.