El alcoholismo es la punta del iceberg de otros trastornos y de conductas asociadas a otras sustancias adictivas pero socialmente aceptadas, como el café, los refrescos —sobre todo los de cola— y el pan.
El alcoholismo, es uno de los trastornos de la conducta del beber. Puede ser leve, moderado o severo, dependiendo del tiempo e intensidad del consumo, y puede estar asociado a otro tipo de conductas o enfermedades.
Si la adicción a sustancias va a asociada a uno o más trastornos psiquiátricos, como ansiedad, depresión o trastornos de la personalidad, se llama patología dual.
Especialistas de la UNAM señalan que una patología dual requiere un tratamiento multidisciplinario: alcoholismo y ansiedad o depresión se deben tratar a la par, con un psiquiatra especializado en adicciones, apoyado en un psicoterapeuta cognitivo conductual, o en un grupo de autoayuda como Alcohólicos Anónimos (AA). Eso ayudará a que el paciente se mantenga en abstinencia total.
El alcoholismo y la dipsomanía son trastornos de la conducta de beber. El alcoholismo es una enfermedad que, dependiendo de su evolución, afecta las áreas familiar, laboral y social. Quien lo padece puede olvidar como regresó a casa o conducir intoxicado sin pensar en las consecuencias.
El dipsómano (del griego dípsa ‘sed’ y manía ‘manía’) es una persona con un alto deseo de consumir alcohol, pero que aún no tiene todas las características de un alcohólico. Puede pasar semanas e incluso meses sin beber alcohol.
Si alguno de los padres fue alcohólico, un hijo tiene “seis veces más el riesgo” de padecer alcoholismo. Dicho riesgo se incrementa si además tuvo una experiencia temprana —digamos a los 12 años— con el alcohol.
En cambio, si una persona tiene antecedentes genéticos de padres alcohólicos, pero llega a la adultez sin beber alcohol —pasados los 25 años— “es poco probable que desarrolle la enfermedad”. Quizá sólo sea un dipsómano.
La dipsomanía, provocada generalmente cuando se está en una fase de experimentación, es una conducta desmedida que no necesariamente afecta áreas como la familiar, la académica, la laboral o la social. Es una falla para controlarse con el alcohol en un momento específico.
Aunque el alcoholismo es más frecuente en hombres, las mujeres se inician en el consumo de alcohol a edades cada vez más tempranas.
El consumo de alcohol puede ser la punta del iceberg de otros trastornos mentales. Por ejemplo, el caso del adolescente al que nunca se le detectó un trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) y superó los retos académicos de su etapa, pero que, cuando bebe alcohol, presenta conductas impulsivas (consumo frecuente y desmedido) que lo ponen en riesgo a él y a otros.
Otra condición que se puede manifestar a través del consumo de alcohol es el trastorno obsesivo-compulsivo. “Como el paciente tiene necesidad de rascarse el cabello hasta arrancárselo, tomaría alcohol como ansiolítico para mitigar ese síntoma”.
Quien padece una fobia social o agorafobia, bebe alcohol porque siente que éste puede ayudarlo a afrontar el miedo que le provoca estar en lugares donde hay mucha gente o en espacios abiertos.