Son nuestros guías a lo largo de la vida, nuestros primeros ídolos y muchas veces son fuente de un amor incondicional. Por eso, aunque desde que somos niños sabemos que todo ser debe morir, presenciar el fallecimiento de papá, mamá o ambos causa un dolor intenso y profundo.
En este duelo enfrentamos un reajuste interno y global de la vida familiar. Si fallece uno de ellos, los hijos apoyarán y cuidarán al que continúa con vida. Pero si ambos fallecen, nos sentimos huérfanos y, aunado a ello, hay una especie de relevo, ya que la generación que nos precede desaparece, y además comenzamos una etapa de reflexión sobre nuestra propia muerte.
Los escenarios en este duelo, de acuerdo con la Dra. Beatriz Glowinski Kotlar, de la Facultad de Psicología de la UNAM, pueden ser diversos: primero, porque cada proceso es único e individual; segundo, porque la relación que tuvimos con ambos progenitores influye en llevar este de una manera tranquila o vivir en estados como el enojo y la represión; y tercero, porque la edad en la que suceda esta situación nos impacta de manera distinta.
Glowinski Kotlar explicó que, aunque el duelo se divide en cinco etapas (negación, ira, negociación, depresión y aceptación), no es un proceso lineal, ya que habrá recaídas, lo cual hasta cierto punto es normal y, por tanto, no se puede determinar el tiempo que este dure. Durante ese trayecto, es probable que surjan varios cuestionamientos con base en el contexto del fallecimiento y que haya culpas o arrepentimientos.
Por ejemplo, si el padre o madre fallece por enfermedad, es muy probable que surjan preguntas como: ¿hice lo suficiente por cuidarlo?, ¿pude haber hecho más?, entre otras. En este contexto, se puede trabajar mejor el duelo, ya que los hijos pueden despedirse con antelación y expresar todo aquello que sienten.
Si la muerte fue por causas naturales, puede ser una situación más sencilla. Pero si los hijos no tuvieron una buena relación con sus padres, surge el arrepentimiento por no convivir más, por no sanar las cuestiones personales o incluso puede quedar cierto resentimiento porque no fueron buenos progenitores o estuvieron ausentes. En este caso, se debe hacer un trabajo de duelo más profundo, ya que quedan ciertos temas pendientes.
Cuando el vínculo fue cercano con la madre o el padre, el trabajo de duelo es menos conflictivo; todo lo contrario ocurre cuando fue lejano o inexistente, ya que siempre quedan muchas cosas por decir (positiva o negativamente).