La inteligencia emocional es el manejo de las emociones a través del reconocimiento de las emociones propias, del conocimiento y la identificación de las de los demás, de tener la capacidad de ponerle un nombre a lo que sentimos, de saber comunicarlo, de lograr una regulación emocional y poder socializar.
Entre los teóricos que han hablado de inteligencia emocional se encuentran Peter Salovey y John Mayer, quienes en 1990 destacaron que la inteligencia analítica no alcanza para explicar quiénes van a ser más exitosos en la vida. Apoyaron la idea de que cada persona tiene una habilidad particular innata para desarrollar su propia inteligencia emocional.
Otro grupo de teóricos destacaron que la inteligencia emocional es un rasgo, un comportamiento persistente de las personas en el tiempo, tiene que ver con el contexto social y la personalidad de cada uno. Éstos promueven que a través de la práctica se pueden crear nuevas competencias para poder relacionarnos emocionalmente.
Hay más de 15 rasgos que una persona puede desarrollar a través de su inteligencia emocional que se pueden englobar en cuatro aspectos: cómo generas el bienestar en tu vida cotidiana, qué tanto puedes generar el autocontrol ante situaciones complejas, cómo es tu emotividad y cómo lo manejo para entablar una sociabilidad.
Algunos de estos rasgos son: empatía, percepción, expresión y manejo de emociones, conciencia social, autoestima, optimismo, regulación emocional, control de impulsos, manejo de estrés, adaptabilidad y automotivación.
Otra vertiente de investigación señala que además de ser una habilidad que ya traemos desde nuestro nacimiento, también es un rasgo, es decir, algo que adquirimos en nuestros propios contextos sociales y que podemos enriquecer.
Desde la Facultad de Psicología de la UNAM, los investigadores Benjamín Domínguez, Yolanda Olvera y Alejandra Cruz agregan otras dos características que deben de tener las personas con inteligencia emocional en contextos sociales como el de nuestro país: esperanza y resiliencia.
“Algo que tiene nuestra población es que a pesar de que las cosas nos vayan mal, aquellos que logran tener esperanza y están constantemente pensando que las cosas van a cambiar, tienen más éxito que aquellos que son más pesimistas. Y la otra es la empatía y resiliencia, es decir, aprender a ponerme en el lugar del otro, pero al mismo tiempo saber que las cosas no siempre van a salir como lo esperamos, lo que facilita una mejor adaptación ante las adversidades”.
Ambas características son importantes, porque pueden mezclarse con la habilidad que traemos de nacimiento de lidiar con nuestras emociones con una serie de prácticas cotidianas que nos ayudan a ser más resistentes y adaptables.