Comemos no sólo porque tenemos hambre, sino también a veces porque estamos tristes, contentos, solos: Mariana Isabel Valdés, de la FES Zaragoza; en menores de edad y adultos, México ocupa el primero y el segundo lugar, respectivamente, en el mundo.
La alimentación no sólo es un asunto químico. Tampoco se trata, exclusivamente, de un problema biológico. Es un tema complejo que implica una vertiente emocional. Por eso no hay recetas mágicas para combatir la obesidad.
“Comemos no sólo porque tenemos hambre, sino también a veces porque estamos tristes, contentos, solos, acompañados. De ahí que el exceso de pesos tenga que ser abordado con una estrategia integral”, afirma Mariana Isabel Valdés Moreno, jefa de la carrera de Nutriología de la Facultad de Estudios Superiores (FES) Zaragoza de la UNAM.
La especialista señala que la modificación de nuestros patrones alimentarios tradicionales comenzó hace más o menos 40 años y se intensificó con la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio en 1994.
Entonces, una infinidad de productos ultraprocesados inundó los supermercados y tienditas de todo el país, y los mexicanos, atraídos por su gratísimo sabor, sus llamativos empaques y su bajo costo, nos dedicamos a consumirlos sin límite.
Hoy en día, por lo que se refiere al número de casos de obesidad en menores de edad y en adultos, nuestro país ocupa el primero y el segundo lugar, respectivamente, en el mundo.
“En relación con los menores de edad, el asunto es muy preocupante, porque un niño o adolescente con sobrepeso u obesidad tiene más probabilidades de convertirse en un adulto con obesidad y también, de padecer las comorbilidades de esta enfermedad a edades más tempranas.
Por lo anterior se está intentando recuperar la denominada dieta de la milpa, que se basa en la combinación de ‘los cuatro fantásticos’: maíz, frijol, calabaza y chile, y que durante mucho tiempo mantuvo alejado de nuestro territorio al fantasma de la obesidad”, señala Valdés Moreno.