La altitud, la topografía y la radiación solar intensa del Valle de México le confieren a su atmósfera características particulares que propiciaron la definición que utilizó simbólicamente Alfonso Reyes al describirla como la región más transparente, antes de la acelerada urbanización del último siglo.1 En efecto, la atmósfera en una ciudad que se encuentra a 2 240 metros de altura sobre el nivel del mar genera un clima más fresco que el de una urbe al nivel del mar en la misma latitud. Sin embargo, la ubicación de la metrópoli provoca que ésta tenga una menor presión atmosférica, un menor contenido de oxígeno y una menor densidad del aire, lo que dificulta la combustión completa y la dispersión de los contaminantes.
La ciudad era un conjunto de islotes dispersos en varios lagos —Texcoco, Zumpango, Xaltocan, Chalco y Xochimilco—, que integraban una gran cuenca hídrica, lo cual hacía que las lluvias intensas y el desbordamiento de los ríos provocara inundaciones frecuentes. Éstas eran una amenaza para la seguridad de la población y la estructura urbana. Se sabía, por ejemplo, que el agua estancada era fuente de enfermedades y malas condiciones sanitarias, por lo que eliminar el lago parecía la propuesta adecuada.
Parte de esta decisión también yacía en que los mexicas habían desarrollado un sistema hidráulico complejo basado en chinampas, diques y acueductos, algo que no era comprendido ni valorado por los conquistadores, que preferían una ciudad basada en suelo firme, similar a las urbes europeas, por lo cual vieron el lago más como un obstáculo que como un recurso. En su visión, eliminarlo facilitaría la expansión territorial de la ciudad y la construcción de una moderna infraestructura urbana con caminos, edificios y canales. Efectivamente, la desecación permitió el acceso a nuevas tierras para la agricultura y benefició los intereses económicos de los colonizadores.
Sin embargo, esto alteró el equilibrio ecológico de la región provocando la desaparición de fauna y flora nativas. Las comunidades indígenas que dependían de esta masa de agua y de las chinampas para su subsistencia se vieron desplazadas o empobrecidas. Finalmente, la intención de evitar inundaciones no dio buenos resultados: el suelo arcilloso del lago causaba hundimientos, agravando problemas estructurales y ocasionando tolvaneras —que al día de hoy siguen siendo un problema para la calidad del aire—. De este modo, la reducción del lago de Texcoco tuvo profundas repercusiones negativas en el largo plazo.