Es una de las culturas que más misterios ha tejido a lo largo de la historia. Su territorio abarcaba el sureste de México y parte de Guatemala, Honduras y El Salvador. Aunque su origen exacto sigue siendo desconocido, se sabe que las primeras poblaciones mayas comenzaron a asentarse alrededor del año 2000 a.C.
Durante su apogeo, los mayas destacaron como maestros en matemáticas y astronomía. Su arquitectura, que aún perdura, ha fascinado a generaciones, y sus avances en medicina, basados en la herbolaria, les permitían tratar desde dolencias leves hasta enfermedades graves.
Considerada una de las culturas mesoamericanas más importantes, los mayas han sido objeto de estudio para arqueólogos, historiadores y antropólogos. Uno de los aspectos que más ha captado la atención de los expertos es su concepción del inframundo.
Antes de la llegada de los españoles, los cenotes eran espacios de gran importancia espiritual y religiosa para los mayas. Estos lugares, considerados sagrados, servían como puertas de comunicación con los dioses y como fuentes de conocimiento. Sin embargo, durante la evangelización, la percepción de los cenotes cambió radicalmente. Lo que para los mayas era un espacio sagrado, para los españoles se convirtió en un lugar asociado con el mal y el infierno cristiano. Ese mismo pensamiento encontró réplica en su idea del inframundo.
A partir de esa conceptualización, se dio lugar a figuras malignas como Ah Puch o Kisin, el hediondo, una figura equivalente al diablo en la cosmovisión cristiana. Se creía que Kisin causaba terremotos al “patear la base de la ceiba” en su ira. Otra figura destacada era Xtabay, la diosa del suicidio, asociada con la seducción y la muerte.
Las formas del diablo

Además de estas deidades, el inframundo maya estaba gobernado por Hun Camé (“Uno Muerte”), quien encarnaba los aspectos más oscuros de la existencia; Vucub-Camé, juez supremo junto a Hun Camé; Kuchuma Kik (“Dolor de Sangre”), un ser cruel que recolectaba la sangre derramada para ofrecerla en banquetes a los otros señores; y Xiquiripat y Ahalcaná, quienes, junto a los alguaciles Chamiabac y Chamiaholom, completaban este panteón de deidades del inframundo.
De acuerdo con relatos en el Popol Vuh, los señores del inframundo hacían sufrir a todos aquellos que llegaban al Xibalbá. Esos lugares, llamados casas de tormento del inframundo, se dividían en seis:
La Casa de los jaguares, “donde los jaguares se revolvían, se amontonaban, gruñían y se mofaban”.
La Casa oscura, “en cuyo interior solo había tinieblas”.
La Casa del calor, “donde solo había brasas y llamas”.
La Casa de los murciélagos, “donde no había más que murciélagos que chillaban, gritaban y revoloteaban”.
La Casa del frío, “donde soplaba un viento frío e insoportable”.
La Casa de los cuchillos, “dentro de la cual solo había cuchillos cortantes y afilados”.

De acuerdo con los relatos, en ocasiones algunos de estos terroríficos señores del inframundo ascendían al mundo de los vivos para propagar toda clase de miserias y enfermedades.
Según las investigaciones del Dr. Ángel García, Ah Puch se manifestaba de dos maneras: como un hombre blanco que irradiaba riqueza, con oro brotando de sus bolsillos, o como un toro negro. Estas representaciones, explica el experto, son un reflejo de la influencia de la evangelización en la cultura maya.
“Para los mayas, el diablo no existía como tal, pero tuvieron que incorporar esta figura debido a la imposición cultural de los conquistadores. Estas cuestiones de figurar por medio de un hombre o un toro no hubieran sido posibles sin la intervención de los señalamientos españoles”, apuntó.
Este cambio en la percepción del inframundo ilustra cómo la colonización transformó no solo las creencias, sino también la identidad cultural de los pueblos mesoamericanos.
Los Pul-ya, aliados del mal
La figura del Pul-ya está estrechamente vinculada a Ah Puch, el dios de la muerte en la mitología maya. Según los relatos mayas, los Pul-ya son brujos especializados en rituales oscuros que les otorgan poderes sobrenaturales a cambio de su alma. Con estas habilidades, pueden causar enfermedades, desgracias e incluso la muerte a otras personas, siempre a cambio de un pago que suele ser elevado.
Sin embargo, servir a Ah Puch conlleva un destino fatal: los Pul-ya, al igual que aquellos que buscan favores del señor del inframundo, están condenados a ser sus esclavos y a trabajar para él por toda la eternidad.
A pesar de que los españoles transformaron drásticamente la visión del inframundo al darle características malignas, la cosmovisión maya sigue viva en las comunidades actuales. Lejos de ser simplemente un espacio de castigo o sufrimiento, es parte de un sistema espiritual interconectado en el que los vivos, los dioses y los espíritus coexisten en un equilibrio dinámico.
Su análisis no sólo nos permite comprender mejor sus creencias, sino que también nos invita a reflexionar sobre la manera en que las culturas evolucionan, se adaptan y resisten ante los cambios impuestos por la historia.
Adaptación y resistencia
