La lucha libre, patrimonio cultural de la Ciudad de México

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La lucha libre es más que máscara contra cabellera. Es –a más de tres caídas y sin límite de tiempo– historia y tradición, negocio y atractivo turístico, deporte y rito, arte e inventiva, técnica y

rudeza, habilidad y resistencia, personajes que son leyendas, símbolos del bien y mal, dolor y alegría…

En 2016, el Senado de México declaró el 21 de septiembre Día Nacional de la Lucha Libre y del Luchador Profesional Mexicano. Ese día pero de 1933 dio inicio la empresa de lucha libre mexicana con la apertura de la Arena Modelo (hoy la México), a manos de Salvador Lutteroth.

José Ángel Garfias Frías, investigador de industrias creativas en la UNAM– solo tiene un carácter emotivo. Que el mundo del pancracio mexicano ya sea reconocido como patrimonio de la CDMX (iniciativa presentada por El Fantasma, comisionado de la Lucha Libre en la Capital), propiciará acciones que beneficien al luchador.

Hace 85 años (a principios del siglo XX ya se luchaba en carpas y teatros) Lutteroth fundó el Consejo Mundial –antes Empresa Mexicana– de Lucha Libre (CMLL); hoy este deporte-espectáculo se ha vuelto un atractivo turístico, sobre todo las funciones en las arenas México y

Coliseo.

Sólo las estrellas tienen un sueldo considerable. El único pago a quien va empezando es la promoción: figurar al inicio de un cartel. Cuando más gana un luchador es en un duelo de máscara contra máscara. El año pasado, Dr. Wagner jr. perdió su máscara ante Psycho Clown. No se reveló la bolsa garantizada, pero seguramente la bolsa garantizada era de millones. Quizá valía unos 10 o más.

Hoy unas de las máscaras más valiosas son las de L. A. Park, Psycho Clown, Pentagon Black y Carístico (antes El Místico). Menos cotizadas son las cabelleras. Cuando el legendario Perro Aguayo desenmascaró a Máscara Año 2000, inmediatamente su cabellera llegó a costar mucho.

Actualmente, la más valiosa quizá es la de Rush, el luchador rudo más importante del CMLL y que en la función del 85 aniversario de la empresa se la va a jugar.

El luchador, ya afamado, no sale bien librando si no registró su personaje. Cuando se va empezando no hay conciencia ni recursos para eso. Cuesta alrededor de 3 mil 500 pesos registrarlo en Derechos de Autor. Además, hay casos en que empresas o promotores registran al

personaje. Por eso, cuando hay conflicto, “el luchador se va, pero el personaje se queda y el equipo se lo pone otro luchador”. Es el caso de El Místico, que hoy lucha como Carístico. Si el atuendo lo usa otro luchador, a la gente no se le engaña, y lo repudia o lo acepta sólo si tiene la calidad del original.

En cuestión de géneros, dice: la mujer luchadora padece la misma discriminación que otras mujeres profesionistas en diversos ámbitos laborales. Siempre relegadas, nunca han estelarizado un cartel, y no por falta de calidad. Por ejemplo, Dalys, del CMLL, es una físico culturista con mejor cuerpo que muchos luchadores y los podría derrotar. A las mujeres se les pone en lucha inicial o segunda, porque así se les paga menos.

En un gremio muy machista como el luchístico, por ego sería impensable para ellos que ellas (Fabia Apache, Amapola, Princesa Sugey….) “estén arriba”. Por eso, aunque en 2017 se propuso a dos mujeres para la estelar del 84 aniversario de la CMLL, la estelarizaron Niebla Roja y

Gran Guerrero.

También van los antaño llamados “exóticos”, que son todo un género en la lucha. Así se conocía en los años cincuenta del siglo XX a los luchadores que sin ser gay, eran amanerados. Hoy como

antes, que tengan otras preferencias sexuales, no afecta su calidad e incluso, luchadores como Pimpinela Escarlata, son hasta mejores que otros.

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