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El 23 de noviembre de 1930, el secretario de Educación Pública, Carlos Trejo y Lerdo de Tejada, informó que durante una comida con el presidente de la República se acordó que sería conveniente sustituir a Santa Claus por Quetzalcóatl, una divinidad mexicana.
La idea era que una figura mexicana inculcara en niños y niñas el amor por su raza y su cultura, sin importar que fuera el día en que se celebra el nacimiento del dios católico.
Un mes después, el 23 de diciembre se organizó la entrega de regalos. En el Estadio Nacional, ubicado en la Colonia Roma, se construyó una réplica del templo dedicado a Quetzalcóatl y ahí la esposa del presidente, doña Josefina Ortiz, repartió a niños y niñas pobres juguetes, ropa y dulces, en nombre de la serpiente emplumada. Al final del acto, se entonó el himno a Quetzalcóatl.
Algunas personas criticaron que una deidad pagana interviniera en una fiesta católica, pero otras defendieron la idea asegurando que Santa Claus no podría encajar en un país en el que la nieve se compra en las neverías.
Para bien o para mal, la idea no prosperó y Quetzalcóatl volvió al panteón mexica mientras Santa Claus se consolidaba como un símbolo mercantil de las fiestas decembrinas y de una marca de refrescos.