Mictlán, Tlalocan o la casa del sol, a donde fue tu muertito

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La dualidad entre la vida y la muerte como elemento cultural y de la cosmovisión de un sector importante de la sociedad mexicana –cuya influencia española se conjuntó con las tradiciones prehispánicas– cobra especial relevancia en las festividades del Día de Muertos, mediante altares con ofrendas, alimentos y bebidas para recordar a los difuntos, que en la actualidad convive con el Halloween estadounidense.
La maestra María Antonieta Ilhui Pacheco Chávez, profesora de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), recordó que desde la llegada de los españoles se realizaron las celebraciones de fieles difuntos y todos santos, que databan de la Edad Media, y en las cuales se veneraban sus reliquias por ser la prueba de que habían alcanzado la vida eterna.
Esta serie de ritos fueron traídos a México y a América Latina, y en las iglesias de la Nueva España llegaban muchos creyentes que honraban los cuerpos y objetos de sus finados para rendirles culto en festejos populares, en los que se instalaban puestos de golosinas, aguas frescas y pan, narró en entrevista la docente del Departamento de Filosofía de la Unidad Iztapalapa.
Así, las fiestas y homenajes dedicados a los fallecidos en Mesoamérica se conjuntaron con las tradiciones traídas del viejo continente, que sin ser completamente distintas sí tenían una solemnidad diferente y momentos variados de festividades, aclaró la egresada de El Colegio de México.
En un video de su autoría, la académica explica que en el mundo prehispánico existían varias celebraciones dedicadas a los seres que ya partieron y la fecha de su conmemoración dependía de la manera del fallecimiento, por ejemplo, los que morían de viejos iban al Mictlán y su fiesta era del 3 al 22 de mayo.
Otra estaba dedicada a quienes habían sucumbido ahogados, fulminados por un rayo o por fenómeno relacionado con el agua; en esos casos se les recordaba entre el 10 y el 29 de octubre e iban al Tlalocan, el paraíso regido por Tláloc en la cosmogonía mexica.
La tercera era para quienes iban a la casa del sol, es decir, para los que habían perecido en la guerra o las mujeres al dar a luz; ese homenaje iniciaba con la festividad de los muertos chicos y se veneraban cuando aparecían las flores o salían los primeros elotes, entre el 22 de julio y el 10 de agosto. En las tres situaciones se adornaba con flores, había comida, se bebía pulque, si bien cada evento tenía características propias.

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