Cáncer infantil, tocar la campana de la victoria

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Gretel tiene siete años y es una de los seis mil niños mexicanos que cada año desarrollan algún tipo de cáncer. Diagnosticada con osteosarcoma condroblástico en noviembre de 2022, fue dada de alta el 1 de febrero pasado, logro que celebró tocando la llamada “campana de la victoria” ante un nutrido grupo de médicos, familiares y pacientes que se reunieron en el quinto piso del Centro Médico Nacional 20 de Noviembre (CMN20N) para despedir, con aplausos y vítores, a la pequeña que por fin volvía a casa.

 “Todo pasó tan rápido que resultó difícil de asimilar. En el último tercio de 2022 mi hija perdió la sonrisa y luego peso; supusimos que eran bichitos y nada más. Después tropezó en el pasillo de la casa y comenzó a renquear; nos decíamos que en breve estaría jugando con su hermanito como siempre, pero pasaban los días y la cojera no cedía. La rodilla le empezó a crecer y decidimos ir al médico, quien nos recomendó practicarle algunos exámenes”, comparte Ana Karen Juárez, madre de Gretel.

Farina Esther Arreguín, jefa del Servicio de Oncología Pediátrica en el CMN20N y la doctora que atendió a la menor, señala que en este caso el desenlace fue el mejor posible debido a que ambos papás, al intuir algo inusual, actuaron rápido y buscaron ayuda en cuanto los estudios dictaminaron que tenía una neoplasia maligna en la pierna.

 “Desafortunadamente esto no siempre es así. En México tenemos un índice de supervivencia de 50 por ciento, es decir, de cada 10 niños con cáncer, cinco mueren; mientras que en Estados Unidos y Japón son ocho –e incluso nueve– los que sobreviven. ¿Por qué en otros países los infantes se curan y aquí sus probabilidades de sanar son las mismas que las de ganar o perder un volado? Por retraso en el diagnóstico”, asevera la también docente de la Facultad de Medicina de la UNAM.

 “Hace no tantos años –recuerda Arreguín– debido a los excesivos trámites burocráticos y otros tantos factores, un menor enfermo tardaba hasta 180 días en llegar con el oncólogo de un hospital de tercer nivel. Nosotros aquí, en el CMN20N del ISSSTE, hemos instrumentado una serie de estrategias para que dicho lapso no supere las dos semanas, y nuestro objetivo es aminorar tiempos para que la espera sea de 72 horas, máximo.”

Sin embargo, subraya la especialista, agilizar procesos y eliminar papeleo sirve de poco si los padres no echan andar todos estos mecanismos al detectar cualquier foco rojo. “Observar a nuestros hijos es clave, así como creerles cuando nos refieran cualquier molestia”.

Los síntomas que deberían hacer saltar las alarmas –enumera la profesora Arreguín– son: fiebres de más de dos semanas que no remitan tras el uso de antipiréticos o antibióticos; pérdida de peso aunque la ingesta sea la misma; crecimiento de ganglios o de alguna parte del cuerpo; dolores de cabeza recurrentes o malestares en los huesos; cansancio inexplicable; sudoración nocturna excesiva que llegue a empapar las sábanas, o regresión de habilidades ya adquiridas, como cuando el infante ya sabía caminar o andar en bicicleta y de súbito no puede hacerlo más.

“También debemos estar atentos a las parálisis faciales y a los reflejos blancos en las pupilas, pues eso se llama leucocoria y puede apuntar a un retinoblastoma, el tumor intraocular más frecuente en niños de corta edad.”

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