Un reportaje firmado por María José Martínez, Fernando Salas, Erika Estefanía Salas Mayme, Valeria Geremía y Tania Ramírez Hernández, y publicado en Red por los Derechos de la Infancia en México (REDIM) señala que en México se desconocen cifras oficiales sobre el número de personas entre 0 a 17 años de edad que han sido reclutadas por la delincuencia organizada.
Alberto nunca olvidará el día que probó su primer cigarrillo. Tenía apenas 10 años de edad cuando ya se “juntaba” con sus amigos y los chicos más grandes del colegio para consumir y hacer “desmadre”. Pronto comenzó a probar otras drogas: marihuana, cristal y diferentes sustancias que aumentaban cada vez más su adicción.
A los 12 años su madre murió lo cual lo sumergió en el mundo de las drogas y tuvo que resolver el problema de su hermana embarazada de 14 años, por lo que fue reclutado por el crimen organizado
REDIM señala que las edades más tempranas que se han identificado en el reclutamiento de niños, niñas y adolescentes, por parte de grupos delictivos y organizaciones criminales en México, van entre los 7, 8 y 9 años de edad. Se trata de una etapa en la que ya se encuentran consumiendo algún tipo de droga.
“Se les dan tareas de “puntero”, “pilero” (encargado de conseguir las pilas para las grabadoras o por los medios donde se comunican), “halcón” (responsables de vigilar que todo esté en orden y de dar señales de alerta en la zona de control del grupo delictivo), “tendero” (encargado de un punto de venta de droga), “cocineros” (encargados de meter en ácido a las personas para desintegrar sus cuerpos), “hilero”, “sicario”, “comandante” y “jefe de plaza”.
El sicario es uno de los puestos más relevantes y de mayor jerarquía que puede alcanzar la niñez que es reclutada para actividades ilícitas. Le siguen los comandantes, jefes de plaza y el jefe mayor, quien es el jefe de toda una célula, describió Marina Flores Camargo, directora del área de Monitoreo y Evaluación de Reinserta.
“Hay chicos de 15 y 16 años que ya son halcones, vigilando la entrega de drogas, mientras que los más hábiles ascienden a ser sicarios dentro de la delincuencia organizada (…) es un reclutamiento sistemático”, explicó.
La situación económica y la posibilidad de obtener un “estatus” dentro de una organización donde se puede “crecer” con diferentes rangos se vuelve atractiva para niños, niñas y adolescentes que con frecuencia provienen de hogares violentos y dejaron la escuela; muchos de los cuales —como en el caso de Alberto— “se acercan” de manera “voluntaria”. Por ello, para un niño sin dinero empezar a ganar hasta 600 pesos al día o en ocasiones menos, la propuesta de trabajar significó una “nueva oportunidad” de vida.
Alberto, admite que incluso quienes están adentro de la organización, fuerzan a otras personas a integrarse a ella, tal como él mismo acepta haberlo hecho con niños y adolescentes de su comunidad. De la misma manera, Alberto reconoce haber cometido algunos homicidios. El poder que sentía “para que la gente se humillara ante mí” lo llevó a imitar a las personas de poder que lo rodeaban, “porque mujeres, droga y de todo no faltaba. Estaba feliz, según yo”.
A los 17 años de edad, Alberto fue detenido y juzgado por los delitos de homicidio y delincuencia organizada. Cumplió su sentencia en un centro de detención para menores de 18 años. Fue un momento en el que sintió, según recuerda, que había perdido todo lo que le rodeaba. La primera ocasión, cuando murió su madre. La segunda, ahora desde la reclusión.
En opinión de organizaciones como REDIM, Reinserta y los Salesianos de Don Bosco la recuperación de jóvenes, como en el caso de Alberto, sí es posible, siempre y cuando el Estado desarrolle políticas públicas focalizadas a atender los factores asociados al reclutamiento. Para ello se requiere también contar con los recursos necesarios y sobre todo, con voluntad para lograr su desmovilización, mediante el desarrollo de estrategias por parte de las instituciones.