Prostitución, ayuda extra cuando la voluntad de Dios es tardía

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La hechicería y la prostitución fueron prácticas transgresoras de los modelos religiosos y morales que imperaban en la sociedad novohispana, señaló Clara López López, del Archivo Histórico Genaro Estrada de la Secretaría de Relaciones Exteriores.

Al participar en el ciclo “Mujeres en los márgenes”, organizado por el Centro de Enseñanza para Extranjeros, mencionó que tales prácticas fueron necesarias para cumplir funciones precisas, por ejemplo, el escape sexual “y como ayuda extra cuando la voluntad de Dios era tardía”.

Estas mujeres, que se encuentran el “margen social” por su condición misma, por no haber alcanzado el matrimonio o por transgredir las normas sociales (dijo sexuales), encuentran en la hechicería un método para trastocar el orden establecido por la masculinidad, expuso.

Hoy, la prostitución sigue presente; de forma cotidiana aún la seguimos encontrando en barrios de la Ciudad de México, como La Merced, donde se encuentra el Mercado de Sonora, lugar tradicional no sólo para ese oficio, sino para el consumo de “ingredientes mágicos”.

Al hablar de “La prostitución, sus mujeres y su mundo. La ciudad de México, siglo XVIII”, López López recordó que las mujeres novohispanas vivían bajo un modelo de resguardo, castidad y obediencia, inculcado en el hogar y por la Iglesia Católica.

Asimismo, vivían constantemente bajo la protección masculina, figura a la cual debían obediencia y fidelidad. “Su educación consistía en labores domésticas de costura y bordado”; las más afortunadas en lo económico podían contratar profesores que les enseñaban latín y aritmética, por ejemplo.

En la sociedad novohispana era de vital importancia el matrimonio, ámbito donde el hombre y la mujer podían ejercer su sexualidad con fines de reproducción; ese era considerado como el “estado ideal” de la mujer. Sin embargo, muchas no lo alcanzaron por haber pasado la edad casamentera o carecer de una dote.

El modelo que prevalecía no era cumplido por todas ellas. Aquellas que no gozaban de “comodidades”, debían salir de sus hogares a practicar oficios como lavanderas, cocineras o vendedoras de frutas, y otras más se dedicaron a la prostitución, prosiguió en la sesión virtual.

En el siglo XVIII esa actividad, la prostitución, se entendió como exponer, entregar, abandonar a una mujer a la deshonra pública. “Se le llamó como lenón, lenocinante, proxeneta, rufián y alcahuete a quienes explotaron y vivieron de la prostitución”.

En tanto, aquellas que se dedicaban a ese oficio tenían nombres variados: puta, prostituta, mundana, suripanta, meretriz, enamorada o mujer pública, agregó Clara López López.

En el México novohispano, aclaró, las mujeres se dedicaban a la venta de sus encantos se debía a la falta de oportunidades, el abandono temporal o definitivo de sus cónyuges, la viudez y la inexistencia de instituciones que les brindaran protección.

La experta dijo que en esa actividad participaban españolas, mestizas y afrodescendientes. Las primeras contaban con más clientes y usaban artículos como cremas de almendras para conservar la suavidad de las manos y aguas perfumadas; las mulatas fueron su competencia más cercana, ya que su cuerpo resultaba atractivo, por su color de piel y vestuario.

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