En la época colonial la sexualidad estuvo sancionada por la religión católica, que consideraba que la única finalidad del sexo era la procreación, que a su vez debía estar regulada dentro del sacramento del matrimonio; por lo tanto, cualquier práctica sexual que se hiciera por placer era considerada pecaminosa.
Los confesionarios son textos asociados con el sexto mandamiento, el relacionado con la sexualidad (No fornicarás), que ayudaban a los sacerdotes a confesar a la gente.
“En ellos se especificaba cuáles actividades estaban prohibidas y cuáles permitidas, y se preguntaba sobre todas las posibilidades del sexo”, explica Antonio Rubial García, académico de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.
“Por ejemplo, cómo, cuándo, dónde, a qué horas, con quién, por qué medios, en fin, todas las posibilidades de la sexualidad humana estaban descritas en esos textos, que supuestamente servían para regularla y para perdonar las prácticas prohibidas. Entre éstas, la más castigada era la sodomía, el sexo anal, calificado como sexo contra natura y que se asocia a la homosexualidad masculina”.
La casa chica y los hijos bastardos
Entre los mercaderes ricos era común que, aparte de su “matrimonio legítimo”, tuvieran una “casa chica”, por ejemplo, en Veracruz o en Acapulco o en Zacatecas. A los hijos nacidos fuera del matrimonio legítimo la Iglesia hizo que se les considerara bastardos.
El caso de Sor Juana es un ejemplo. Ella nació fuera del matrimonio porque su madre tuvo relaciones con un señor casado; por otra parte, el matrimonio para sor Juana estaba fuera de sus posibilidades, sobre todo en el medio en el que ella se movía, que era el cortesano.
La Iglesia toleraba la actividad heterosexual fuera del matrimonio, como el amasiato, muy generalizado entre las capas modestas y marginales de la sociedad. La familia tradicional: padre, madre, hijos y allegados, que era el modelo católico en las clases altas y medias, no era la norma en los grupos marginados.
“El siglo XVIII fue mucho más tolerante; fue el Siglo de las Luces, el de mayor libertad. Fue un siglo en el que se relajaron mucho los controles sobre las costumbres, aunque las prácticas siguieron siendo más o menos las mismas”, dice Rubial García.
Y agrega: “observemos lo que pasa hoy en día con los sacerdotes pederastas que la Iglesia ocultó durante mucho tiempo porque era un escándalo y, en lugar de poner soluciones, los mandaba a otro lado. Pero en un mundo como el nuestro, en el que es imposible guardar un secreto, la pederastia se volvió un escandalazo para la Iglesia católica, algo que no pudo controlar porque estaba fuera de su alcance”.
“La Iglesia católica seguía pensando que estos casos se podían tratar en lo oscurito, como se dice en México. Pero la pederastia no sólo es un pecado sino un delito grave perseguido por el Estado. Es un abuso contra un menor”.
La casa de las Monleone
También había otro tipo de casas, las llamadas casas infamadas, a las que llegaban algunos clérigos y caballeros muy adinerados a pasar las tardes con los oidores y con otros visitantes distinguidos jugando a las cartas, charlando, tomando chocolate.