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EL ARTE Y EL FASCISMO RELACIÓN DE AMOR Y ODIO  

Aunque no lo creas, tu cafetera nació dentro del movimiento artístico del futurismo, en 1904, por Tommaso Marinetti y apoyado por Mussolini

Desde las grandes civilizaciones de la edad antigua, el poder político ha hecho de las suyas para influir en el ámbito artístico. Pero el siglo XX, en menos de tres décadas, vio pasar dos Guerras Mundiales y, en medio de ellas, la Gran Depresión de 1929, primera crisis global del capitalismo.

Después del trauma de la Gran Guerra, en el viejo continente surgieron líderes carismáticos que encabezaron proyectos políticos autoritarios como alternativa del sistema capitalista. En los años treinta se observó el auge del fascismo en la Italia de Benito Mussolini, la consolidación de Stalin en la URSS y el nazismo en Alemania con Hitler a la cabeza.

A este tipo de regímenes políticos se les conoce como totalitarios, debido a su proclividad por controlar hasta los aspectos más personales de la sociedad. Todo indica que el término totalitario fue usado por primera vez por Mussolini. La RAE define a éstos como “los regímenes políticos desarrollados durante el siglo XX, en los que el Estado concentra todos los poderes en un partido único y controla coactivamente las relaciones sociales bajo una sola ideología oficial”. Bajo dichos modos de gobierno el arte se convierte en la herramienta propagandística por excelencia; un medio para adoctrinar con un pensamiento único a la población, a las “masas” y construir la idea de un pasado glorioso que necesita ser recuperado.

REGIMENES TOTALITARIOS

Los regímenes totalitarios comprendieron que debían de impulsar los estilos historicistas, pero con una visión monumental. Es así como la escuela de pintura retomó los valores históricos que defendían los respectivos partidos políticos. En todos los casos, sin importar el país, “se representó a los líderes, mártires o héroes como redentores de la nación y forjadores de la historia” (Ayala, 2016, p.133). No importó que se distorsionaran los hechos históricos para crear falsos mitos y leyendas que tiempo después fueron desmentidos.

Sin embargo, no es correcto afirmar que, en el ámbito artístico, los tres regímenes totalitarios tenían pocas diferencias entre sí. Cada uno se dio a la tarea de impulsar una academia neoclásica. Esto provocó que los totalitarismos no vieron con buenos ojos las corrientes artísticas del arte moderno; la excepción fue la Italia fascista, por conveniencia política.

Mussolini “adoptó el futurismo porque rescataba una ideología de la destrucción (del pasado) y una estética de la guerra” (Ayala, 2016, p. 128).

FUTURISMO DE MUSSOLINI

Stalin, Hitler y Mussolini comprendieron cuáles eran los elementos de su pasado glorioso que debían retomar para tener más impacto en el destinatario. Estas tres visiones políticas, con elementos en común, pero tan diferentes entre ellas, se encontraron en la capital francesa.

La exposición universal, pensada para impulsar la paz, “en realidad, fue atravesada por una guerra cultural que más pronto que tarde se convirtió en un enfrentamiento militar de gran escala” (Ayala, 2016, p. 133). Respecto al revisionismo histórico, en la Unión Soviética, por ejemplo, Stalin no podía permitirse tomar elementos del pasado zarista. El arte soviético se fundamentó en la historia vista desde la lucha de clases, en el protagonismo de los trabajadores y del poder del partido comunista de la URSS.

El conjunto escultórico de este pabellón tenía a dos protagonistas definidos: “el obrero, portando un martillo, y la muchacha, llevando una hoz, representaron el engrandecimiento histórico de la Unión Soviética” (Ayala, 2016, p. 136).

ARTE CON CARGA SIMBÓLICA

Por su lado, el pabellón alemán también tenía una fuerte carga simbólica, retomó elementos de la arquitectura medieval en una estructura hecha de hierro y con un conjunto escultórico que resaltó la visión de una sociedad rígida. La academia historicista fomentó “un neoclasicismo masivo con la intención de promulgar una Alemania aria como si fuera la heredera del mundo grecorromano” (Ayala, 2016, p. 135). El pabellón alemán y el soviético estaban frente a frente; el primero era más rígido y monumental, mientras que el segundo resaltaba por sus esculturas.

Los fascistas italianos, en tanto, idearon un pabellón que magnificaba el discurso de Mussolini, las esculturas tenían “túnicas con elementos romanos que sugerían una conexión del Estado fascista con la Roma Imperial” (Ayala, 2016, p. 139). Era una señal de que Italia debía de recuperar la grandeza que en alguna ocasión tuvo el Imperio Romano y para llevar a cabo un proyecto de tal  envergadura, era necesario tener a un líder que lo lograra.

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