Campañas para evitar sobrepeso, insuficientes

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Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), en México cerca del 73% de la población padece sobrepeso u obesidad, lo que a su vez aumenta el riesgo de padecer diabetes, hipertensión y enfermedades cerebrovasculares, que disminuyen la calidad de vida e incrementan el riesgo de muerte prematura. Asimismo, la obesidad representa un grave problema de salud pública con altos costos para el sistema de salud, y para las familias y las personas en lo individual.

Por ello, el gobierno mexicano ha implementado medidas como la regulación de la publicidad de alimentos y bebidas, la modificación del etiquetado en alimentos y bebidas industrializados y campañas como: “Fue la obesidad, después la diabetes…” o “Chécate, mídete, muévete”. Sin embargo, han sido insuficientes para que la sociedad adopte medidas integrales de hábitos alimenticios saludables y la práctica regular de ejercicio.

¿Por qué la obesidad y el sobrepeso son tan comunes aun cuando constantemente estamos expuestos a información que nos sugiere perder peso para ser saludables?, ¿por qué continuamos con hábitos sedentarios y consumiendo alimentos poco saludables cuando disponemos de información sobre sus consecuencias negativas?

En primer lugar, es necesario entender que la obesidad tiene un origen multifactorial y también es el resultado de prácticas relacionadas con los entornos en los que tomamos decisiones, las cuales no siempre son óptimas.

Como plantea el Premio Nobel de Economía, Daniel Kahneman (2011), las personas nos guiamos por dos sistemas para tomar decisiones: Sistema 1, intuitivo y automático, y Sistema 2, reflexivo y racional. Si bien el Sistema 1 es el que predomina en la toma de decisiones, es propenso a cometer errores sistemáticos y predecibles (sesgos) que con frecuencia resultan en decisiones poco óptimas.

Algunos de los principales sesgos que nos dificultan la toma de decisiones óptimas para mantenernos en nuestro peso ideal son:

Racionalidad limitada: aun cuando contamos con la información relevante y necesaria sobre las opciones disponibles y sus posibles consecuencias, no tomamos la mejor decisión. Ejemplo: al ir al centro comercial compramos productos que están más a la mano o cerca de la caja (suelen ser botanas con muchas calorías) en lugar de buscar productos más saludables.

Optimismo y exceso de confianza: a pesar de conocer los riesgos asociados a nuestro comportamiento, consideramos que estamos exentos de los efectos negativos que conllevan. Ejemplo: si nos consideramos inmunes a las enfermedades asociadas al sobrepeso, no comenzaremos una rutina de ejercicio ni consideraremos relevante optar por una dieta saludable.

Atención limitada y prominencia: tomamos decisiones influidos por la información que juzgamos más relevante y/o la que tenemos más disponible en ese momento. Ejemplo: si nos enteramos que alguien cercano falleció por complicaciones derivadas de la obesidad, adoptaremos momentáneamente conductas saludables, pero no necesariamente será suficiente para cambiar nuestros hábitos a largo plazo.

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